ADORACION DE LOS PASTORES
Las primeras obras de Murillo denotan una evidente influencia del Naturalismo tenebrista que tanto éxito estaba cosechando en Sevilla por aquellas fechas, teniendo en Zurbarán a su máximo representante. Sería lógico pensar que si el joven Murillo pretende obtener rápidos triunfos será en un estilo admitido por todas las fuerzas artísticas de la ciudad, teniendo tiempo posteriormente de introducir novedades en su pintura. Así, esta Adoración de los Pastores muestra una importante influencia de la obra de Ribera, sin olvidar a Zurbarán y al joven Velázquez. Murillo ha dejado en penumbra a San José, que era el protagonista de la Sagrada Familia del Pajarito, iluminando a la Virgen y al Niño. Junto a ellos, dos pastores y una pastora entregan sus presentes: un cordero, huevos y una gallina. El realismo que caracteriza a las figuras tiene una clara muestra en los pies sucios de los pastores, como ya había hechoCaravaggio en Roma, mientras que la oveja recuerda el Agnus Dei de Zurbarán, que debía ser muy comentado en la capital andaluza por aquellas fechas. Los tonos predominantes son los típicos del Naturalismo: marrones, blancos, sienas y pardos que contrastan con los rojos y azules intensos. La pincelada minuciosa del pintor muestra todo tipo de detalles, desde los pliegues de los paños hasta las briznas de paja del pesebre. La composición carece de profundidad, como era habitual, al cerrarse con un fondo neutro normalmente muy oscuro, marcando una típica diagonal barroca aunque aquí no sea muy pronunciada. En suma, las primeras obras de Murillo tienen todos los ingredientes para cosechar éxitos inmediatos y hacerse un hueco en el mercado sevillano.
ANCIANA ESPULGANDO UN NINO
Las escenas costumbristas serán una de las especialidades de Murillo, existiendo una amplia demanda de estos temas, especialmente entre los comerciantes y banqueros flamencos que habitaban en Sevilla. En la década de 1660 pintaría esta Anciana espulgando a un niño, también llamada Abuela espulgando a su nieto. La composición se desarrolla en un interior, recortándose las figuras sobre un fondo neutro al estar iluminadas por un potente foco de luz que entra por la ventana. El pequeño tumbado sobre el suelo come pan y acaricia al perrillo mientras que la mujer procede a quitarle las pulgas o los piojos de la cabeza. La anciana concentra toda la atención en su tarea y ha abandonado sus útiles de hilado que aparecen sobre la banqueta de la derecha. Al fondo podemos contemplar una mesa con una jarra y un cántaro, lo que nos indica que se trata de una familia con escasos recursos económicos pero que sobrevive humildemente. Este detalle también se puede apreciar en sus vestidos ya que no observamos jirones como en otras escenas -véase los Niños jugando a los dados-. El naturalismo con el que trata Murillo la escena se aleja del empleado por Zurbarán años atrás, lo que indica la evolución de su pintura hacia un estilo muy personal, caracterizado por las atmósferas.
AUTORRETRATO
Hacia 1670 los hijos de Murillo le encargan la realización de este autorretrato que contemplamos, tal y como aparece en la inscripción en latín. Para su ejecución, el maestro toma como base los tipos de los retratos flamencos y holandeses empleados desde finales del siglo XVI. No debemos olvidar la importante colonia de comerciantes flamencos que estaba afincada en Sevilla con la que el artista tendría una buena relación.
El pintor aparece enmarcado en un óvalo decorado con molduras, mientras que sobre la mesa que sujeta el fingido marco encontramos elementos alusivos a su profesión: la paleta y los pinceles en la derecha y un dibujo con el lápiz, el compás y la regla en la izquierda. El modelo saca la mano del óvalo y la apoya en el marco, para crear una mayor sensación de perspectiva y acentuar el naturalismo que caracteriza a todo el conjunto. El centro de la imagen es, sin duda, el rostro de Murillo, captado con toda su profundidad psicológica, resaltando sus facciones agradables y su mirada serena. La intensidad de las luces en algunas partes y el fondo en penumbra refuerza la potencia del retrato, demostrando la calidad de Murillo para esta temática que no tocó en demasía.
En 1682 el cuadro fue grabado en Amberes a instancias de don Nicolás de Omazur por lo que sería una obra admirada por buena parte de los pintores europeos.
El pintor aparece enmarcado en un óvalo decorado con molduras, mientras que sobre la mesa que sujeta el fingido marco encontramos elementos alusivos a su profesión: la paleta y los pinceles en la derecha y un dibujo con el lápiz, el compás y la regla en la izquierda. El modelo saca la mano del óvalo y la apoya en el marco, para crear una mayor sensación de perspectiva y acentuar el naturalismo que caracteriza a todo el conjunto. El centro de la imagen es, sin duda, el rostro de Murillo, captado con toda su profundidad psicológica, resaltando sus facciones agradables y su mirada serena. La intensidad de las luces en algunas partes y el fondo en penumbra refuerza la potencia del retrato, demostrando la calidad de Murillo para esta temática que no tocó en demasía.
En 1682 el cuadro fue grabado en Amberes a instancias de don Nicolás de Omazur por lo que sería una obra admirada por buena parte de los pintores europeos.
CUATRO FIGURAS EN UN ESCALON
La risa será una de las principales protagonistas en las pinturas de género realizadas por Murillo. El joven muchacho de la izquierda que aquí contemplamos dirige su mirada hacia el exterior y esboza una amplia sonrisa que contrasta con el gesto de la hermana que parece contener su divertida actitud. La madre abandona su tarea de despiojar a un niño para mirar también hacia el exterior, a través de sus anteojos. ¿Qué ocurre en el exterior para que todos dirijan su mirada hacia allí? Algo similar podemos encontrar en las Mujeres en la ventana, creando un juego con el espectador que hoy por hoy es imposible de descifrar pero que en la época sí tendría su lógica.
En esta imagen Murillo se muestra como un excelente pintor de gestos y expresiones, recogiendo con sus pinceles las diferentes actitudes de los personajes. Las figuras se recortan ante un fondo en penumbra lo que permite al artista dotarlas de mayor volumetría, recibiendo un potente foco de luz desde la izquierda que resalta las diferentes tonalidades de sus vestidos. Las indumentarias -a excepción del pantalón roto del pequeño- nos indican que se trata de una familia de cierta posición económica, recogiendo el maestro con un insistente naturalismo todos los detalles.
En esta imagen Murillo se muestra como un excelente pintor de gestos y expresiones, recogiendo con sus pinceles las diferentes actitudes de los personajes. Las figuras se recortan ante un fondo en penumbra lo que permite al artista dotarlas de mayor volumetría, recibiendo un potente foco de luz desde la izquierda que resalta las diferentes tonalidades de sus vestidos. Las indumentarias -a excepción del pantalón roto del pequeño- nos indican que se trata de una familia de cierta posición económica, recogiendo el maestro con un insistente naturalismo todos los detalles.
EL BUEN PASTOR NINO
En el Evangelio de San Juan (10, 11-14) se compara al Cristo con el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas. Esta sería la posible base documental de este trabajo en el que Murillo emplea a sus protagonistas principales: los niños, bien se trate de niños de la calle -como en Dos niños comiendo uvas y melón- o celestiales como en este caso.El Niño Jesús se sitúa en un paisaje con una referencia arquitectónica al fondo, sentado sobre algunos restos clasicistas y dirigiendo su mirada al espectador. En la mano derecha lleva la vara del pastor y con la izquierda acaricia al cordero, quien también dirige la mirada hacia nosotros. La composición se estructura con una pirámide característica del Renacimiento mientras que la pierna y la vara se ubican en diagonal para reforzar el ritmo del conjunto. La atmósfera creada gracias a la iluminación y el colorido recuerdan a la escuela veneciana, aportando el maestro sevillano una idealización de las figuras que no aparece en sus escenas costumbristas.
LAS BODAS DE CANA
Según el Evangelio de San Juan (2; 1-11) Jesús, en compañía de su madre y sus discípulos, asistió a una boda en Caná. Al faltar vino, Jesús realizó su primer milagro: la conversión de agua en vino, lo que motivó la reprimenda del maestresala al novio: "Todos sirven primero el mejor vino, y, cuando se ha bebido bastante, el peor. Tú has guardado el buen vino hasta ahora".
Murillo emplea este tema pare realizar una de sus obras con mayor número de personajes. La escena se desarrolla en un interior de clara inspiración clásica. Una gran mesa sobre la que se sientan los invitados preside la composición, distribuyéndose a su alrededor más de 20 personas. En el centro se hallan los novios, inundados por la luz blanca y potente que se dirige hacia los cántaros de primer plano, verdaderos protagonistas de la escena. En la izquierda aparece Cristo en el momento de realizar el milagro, acompañado por María. Los sirvientes se disponen a echar agua en las vasijas mientras el maestresala dirige su mirada a los comensales. Las figuras se disponen en planos paralelos con lo que se aumenta la sensación de profundidad.
Murillo emplea vestidos orientales en algunos personajes, mantos, turbantes o una preciosa tela en la mesa que contemplamos a la izquierda, lo que podría indicar, según los especialistas, la relación de Sevilla con el mercado oriental durante el siglo XVII. El empleo de estos vestidos, la amplitud del escenario y el gran número de figuras empleadas traen a la memoria las escenas de Veronés.
La iluminación utilizada por el maestro configura un sensacional efecto atmosférico, diluyendo los personajes del fondo de la misma manera que hace Velázquez. Sin embargo, Murillo no renuncia a recoger todo tipo de detalles, especialmente en primer plano, creando un estilo personal de gran belleza. No debemos olvidar su interés hacia los gestos, expresiones y actitudes, demostrando su maestría en el manejo de este asunto, maestría que también exhibe en el uso del color.
Murillo emplea vestidos orientales en algunos personajes, mantos, turbantes o una preciosa tela en la mesa que contemplamos a la izquierda, lo que podría indicar, según los especialistas, la relación de Sevilla con el mercado oriental durante el siglo XVII. El empleo de estos vestidos, la amplitud del escenario y el gran número de figuras empleadas traen a la memoria las escenas de Veronés.
La iluminación utilizada por el maestro configura un sensacional efecto atmosférico, diluyendo los personajes del fondo de la misma manera que hace Velázquez. Sin embargo, Murillo no renuncia a recoger todo tipo de detalles, especialmente en primer plano, creando un estilo personal de gran belleza. No debemos olvidar su interés hacia los gestos, expresiones y actitudes, demostrando su maestría en el manejo de este asunto, maestría que también exhibe en el uso del color.
DOS NINOS COMIENDO ,MELON Y UVAS
Murillo se convertirá en uno de los principales pintores infantiles del Barroco, tanto a la hora de representar figuras divinas como el Niño Jesús o San Juanito o personajes absolutamente reales como estos niños que aquí observamos. Se trata de una obra juvenil, fechada entre 1645-50 y en ella apreciamos la influencia naturalista en la pintura de Murillo. Las dos figuras aparecen ante un edificio en ruinas, interesándose el artista por presentarlos como auténticos pícaros, destacando sus ropas raídas y sus gestos de glotonería. Los detalles están captados a la perfección -especialmente las frutas- creando Murillo una apreciable sensación de realidad. La pincelada comienza a adquirir una mayor soltura y los efectos de vaporosidad y transparencia empiezan a surgir gracias a su contacto con Herrera y la pintura veneciana.
Murillo representa un profundo cambio en el gusto de los clientes del arte en la España del siglo XVII. Tras la severidad de naturalistas como Zurbarán, Maíno, el joven Velázquez, etc., Murillo proporciona imágenes bellas, iluminadas con suaves tonos dorados y rostros gentiles. Es el caso de esta pintura, realizada con frescura e ingenuidad. Muestra un tema muy explotado en la pintura española, como es el de la maja asomada a la ventana y acompañada de una mujer mayor. En el caso de Goya serán con frecuencia Celestinas exhibiendo a sus pupilas. En el caso de Murillo, la joven parece una muchacha del pueblo, con grandes ojos llenos de confianza y alegría. La dueña parece divertida por lo que ve en la calle y se tapa el rostro para ocultar la risa. La composición del lienzo es muy acertada: se basa en un ángulo recto acodado en la esquina inferior izquierda del marco. El ángulo está subrayado arquitectónicamente por el alféizar y la contraventana de madera, y así como por los personajes, con la jovencita apoyada y la dueña que se asoma. De este modo, gran parte del cuadro queda absolutamente vacío y la mirada del espectador se ve atrapada por las dos simpáticas figuras femeninas, que destacan contra un fondo oscuro sin iluminación ni referencias espaciales.
La Giovane mendicante
Los especialistas consideran que este Niño espulgándose es la primera obra de carácter costumbrista de las realizadas por Murillo. Se fecha entre 1645-50, momento en el que el maestro empieza a consolidarse en el panorama artístico sevillano. El pequeño aparece en una habitación, recostado sobre la pared y quitándose las pulgas que acompañan a sus ropas raídas. En primer término aparece una vasija de cerámica y un canasto del que caen algunas piezas de fruta. La figura está iluminada por un potente haz de luz que penetra por la ventana desde la izquierda, creando un fuerte contraste con el fondo que sirve para crear una mayor volumetría. La luz también refuerza el ambiente melancólico que define la composición, destacando el abandono en el que vive el muchacho.El marcado acento naturalista que refleja la escena tiene como fuentes a Zurbarán y Caravaggio, trayendo también a la memoria las escenas costumbristas de la primera etapa de Velázquez. La pincelada gruesa y pastosa empleada por Murillo es característica de esta primera etapa, dejando paso en obras posteriores a una mayor vaporosidad y transparencia como puede apreciarse en los Niños jugando a los dados.
SANTA JUSTA
Santa Justa y Santa Rufina son las patronas de Sevilla y su representación es muy popular en la capital andaluza. Se trata de dos hermanas alfareras que formaban parte de la clandestina comunidad cristiana de Sevilla durante el siglo III. Se negaron a financiar al ídolo local Salambó por lo que fueron condenadas a prisión y martirizadas. Esta es la razón por la que en este cuadro Murillo pinta a una de las santas portando cacharros y con la palma del martirio en la mano. La santa está representada como una joven sevillana del siglo XVII, secularizando la figura que más bien parece tratarse de un retrato profano debido a la belleza, elegancia y sensualidad de la modelo.
El tamaño de los dos lienzos ha hecho pensar que se trataría de cuadros de devoción personal, encargados por algún cliente particular. Para el retablo de los Capuchinos de Sevilla pintará Murillo un granlienzo con las dos santas juntas que tendrá mucha devoción, siendo tomado como inspiración dos siglos después por Goya.
El tamaño de los dos lienzos ha hecho pensar que se trataría de cuadros de devoción personal, encargados por algún cliente particular. Para el retablo de los Capuchinos de Sevilla pintará Murillo un granlienzo con las dos santas juntas que tendrá mucha devoción, siendo tomado como inspiración dos siglos después por Goya.
SANTA RUFINA
Entre 1660-1670 Murillo realizará sus obras más importantes por lo que es considerada la época de esplendor. En estas fechas pintará dos cuadros de las santas más veneradas de la ciudad de Sevilla:Santa Justa y santa Rufina. Debido a su tamaño posiblemente se trate de dos cuadros destinados a la devoción particular lo que permite al artista eliminar algunas notas divinas y convertir a ambas figuras en personajes populares, representándolas como dos bellas y elegantes damas de la Sevilla barroca. Las dos mujeres eran hijas de un alfarero y formaban parte de la comunidad cristiana en el siglo III. Al negarse a realizar donaciones al ídolo Salambó fueron apresadas y condenadas a muerte tras sufrir martirio. Esa es la razón por la que aparecen con vasijas en las manos y una palma.
Santa Rufina vista un elegante traje de color verde con mangas blancas y manto rojo. Unas pulsera de cuentas rojas adornan sus muñecas, creando una sintonía cromática con el lazo del pelo y el del vestido. La santa dirige su tierna mirada hacia el espectador, destacando sus grandes y bellos ojos oscuros. La luz dorada crea una excelente sensación atmosférica reforzada por la rápida pincelada aplicada, acercándose con este estilo a la escuela veneciana.
Murillo realizó un cuadro para el retablo de los Capuchinos de Sevilla en el que aparecen las dos santas juntas.
Santa Rufina vista un elegante traje de color verde con mangas blancas y manto rojo. Unas pulsera de cuentas rojas adornan sus muñecas, creando una sintonía cromática con el lazo del pelo y el del vestido. La santa dirige su tierna mirada hacia el espectador, destacando sus grandes y bellos ojos oscuros. La luz dorada crea una excelente sensación atmosférica reforzada por la rápida pincelada aplicada, acercándose con este estilo a la escuela veneciana.
Murillo realizó un cuadro para el retablo de los Capuchinos de Sevilla en el que aparecen las dos santas juntas.
SANTA JUSTA Y SANTA RUFINA
En 1665 Murillo recibió el encargo de decorar la iglesia del Convento de los Capuchinos de Sevilla con un extenso ciclo de pinturas. En el primer cuerpo del retablo mayor se ubicaba una de sus obras más populares: las Santas Justa y Rufina ya que se consideraba que la iglesia estaba en el lugar donde habían sido martirizadas las santas. Eran hijas de un pobre alfarero -de ahí las vasijas de barro que aparecen en el suelo aludiendo a la venta de cerámica que realizaban- y miembros de la clandestina comunidad cristiana en la Sevilla del siglo III. Al negarse a vender sus vasijas para ser utilizadas en ceremonias paganas y rechazar la entrega de un donativo a una imagen del ídolo Salambó, el portador del ídolo destruyó sus cacharros y ellas respondieron derribando la imagen por lo que sufrieron prisión, martirio y muerte (278). Entre sus manos las santas sostienen una pequeña Giralda ya que, según la tradición, fue su milagrosa intervención, abrazando la torre para que no se cayera, la que la salvó tras el terremoto de 1504. Esa es la razón por la que santa Justa mira hacia los sevillanos con gesto tranquilizador mientras su hermana eleva la mirada la cielo. Las santas están representadas por dos jóvenes de bellas y delicadas facciones, situando ambas figuras de manera frontal al espectador. Los tonos verdes, ocres y rojos empleados acentúan la belleza del conjunto. Las delicadas vasijas que aparecen a sus pies, realizadas con un acertado dibujo y una pincelada delicada y detallista, contrastan con el abocetamiento y la vaporosidad de la parte superior de los cuerpos, mostrando Murillo el dominio pictórico alcanzado. En esta obra se basó Goya para realizar un cuadro con la misma temática para la catedral de Sevilla en 18
LA GALLEGA DE LA MONEDA
Desde época muy temprana Murillo cultivó la pintura de género, representando personajes infantiles y adolescentes en actitudes alegres y joviales. Esta temática tendrá mucho éxito en la época barroca pero apenas encontramos ejemplos, a excepción del pintor sevillano. Se considera que podría tratarse de encargos realizados por flamencos residentes en Sevilla o de paso por la capital andaluza, ya que en Flandes este tipo de pintura sí era habitual.
La figura de la joven aparece en primer plano, mirando sonriente hacia el espectador y ofreciendo -o recibiendo- la moneda que lleva en la mano, ocupando la mayor parte del espacio compositivo. Recibe un fuerte fogonazo de luz procedente de la izquierda que sirve para acentuar el contraste lumínico con el fondo, más acusado gracias al manto blanco que cubre su cabeza. El contraste cromático y lumínico indican que se trata de una obra juvenil, dentro de la etapa naturalista en la que Ribera y Caravaggioserían los precedentes más inmediatos. Fue adquirido en el siglo XVIII por la reina Isabel de Farnesio y llegó al Prado en 1819.
LA HUIDA A EGIPTO
En los primeros años de su carrera Murillo se interesó por el naturalismo que tantos éxitos había permitido alcanzar a Zurbarán. Esa es la razón por la que elimina de esta representación religiosa todos los elementos de carácter divino, asemejando a una familia campesina que se desplaza de un lugar a otro. Las figuras de María, san José y el Niño aparecen vestidos a la moda del siglo XVII y sus rostros, gestos y actitudes parecen tomadas de la Sevilla del momento. Sólo la luz que impacta en el Niño hace pensar que se trate de Jesús cuando su rostro es el de un recién nacido absolutamente real, envuelto en una faja de la misma manera que hizo Velázquez en la Adoración de los magos que guarda el Prado. Murillo ha conseguido crear un acertado efecto de movimiento, acentuado por la cabeza baja del borrico y su pata delantera levantada. Una arboleda sirve de cierre a la composición en la izquierda mientras que en la derecha el paisaje se abre para crear una acertada sensación de profundidad. La suave luz empleada contribuye a crear en el ambiente cierta melancolía.
Compañera del Ecce Homo que guarda también el Prado, esta Dolorosa recoge de manera admirable el dolor que la Virgen siente ante la cercana muerte de su hijo. Toda la tensión está recogida en los llorosos ojos que se elevan al cielo, con la mirada perdida. El rostro recibe un potente impacto lumínico que contrasta con la oscuridad del fondo y del manto, apenas esbozados para centrar su atención en la espiritualidad que emana de la Virgen. Los rápidos toques del pincel se aprecian en zonas del velo y de las cuencas oculares. También en este trabajo apreciamos ecos de Tiziano y la escuela veneciana, sin renunciar a algunos rasgos de Van Dyck.
Las escenas de género protagonizadas por niños pintadas por Murillo tienen la alegría y la gracia como principal protagonista, siendo esta obra el paradigma de esa alegría. El pequeño que se apoya en una ventana parece dirigir su mirada hacia alguien que le hace esbozar esa luminosa sonrisa, destacando la expresividad en el gesto del muchacho. La figura se recorta sobre un fondo neutro y en penumbra, bañando una luz dorada todo el personaje. Murillo emplea una pincelada rápida y suelta, repleta de viveza, con la que el niño adquiere un aspecto abocetado a pesar de tratarse de una obra finalizada. La sensación de atmósfera que se crea dota de mayor espontaneidad a la imagen, al igual que el empleo del color armonioso. La similitud con los trabajos de la última etapa velazqueña resulta significativa.
El San Juanito aparce sentado sobre una piedra, llevándose la mano derecha al pecho en señal de penitencia y dirigiendo la mirada hacia el cielo de donde le llega una rayo de luz. A su lado encontramos el Cordero que simboliza a Cristo. Las figuras aparecen ante un fondo de paisaje.
Al igual que el Buen Pastor Niño, la composición se estructura con una pirámide mientras que diversas diagonales dotan de mayor ritmo al conjunto. La atmósfera conseguida gracias a la luz y el color son una muestra clara de la admiración de Murillo por los maestros venecianos. La pincelada es rápida y diluida cercana al estilo de Velázquez.
Resulta curioso comparar esta idealizada escena con los asuntos costumbristas protagonizados por niños en los que Murillo emplea un naturalismo que aporta cotidianidad a las estampas.
Al igual que el Buen Pastor Niño, la composición se estructura con una pirámide mientras que diversas diagonales dotan de mayor ritmo al conjunto. La atmósfera conseguida gracias a la luz y el color son una muestra clara de la admiración de Murillo por los maestros venecianos. La pincelada es rápida y diluida cercana al estilo de Velázquez.
Resulta curioso comparar esta idealizada escena con los asuntos costumbristas protagonizados por niños en los que Murillo emplea un naturalismo que aporta cotidianidad a las estampas.
SANTA ANA Y LA VIRGEN
La iconografía de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen había sido impuesta en Sevilla por Roelas hacia 1615 y cuando Murillo realiza esta obra unos cuarenta años después continúa con el esquema establecido. La figura de Santa Ana aparece sentada ante un impresionante fondo arquitectónico mientras que la Virgen se recorta sobre una balaustrada. Unos querubines que portan una corona de rosas se recortan sobre el fondo de nubes y aportan la nota espiritual de la composición ya que las dos figuras parecen tomadas de la burguesía sevillana del momento. Los pesados mantos que cubren el cuerpo de la santa dotan de monumentalidad escultórica a la figura mientras que la Virgen parece más real, destacando el rostro de complicidad hacia las enseñanzas de la madre así como el gesto de Santa Ana, cuya expresividad refuerza el naturalismo de la escena. La cesta con la labor y los pliegues de los paños hacen pensar a los especialistas en una fecha temprana de ejecución mientras que el colorido y el aspecto atmosférico de la obra indicarían el tránsito hacia una nueva etapa en la que los flamencos,Velázquez y Herrera el Mozo serán sus nuevas referencias.
Es posible que la composición esté tomada de una estampa de Rubens ya que el Museo de Amberes guarda una obra que reproduce el esquema compositivo que aquí Murillo empleó.
Es posible que la composición esté tomada de una estampa de Rubens ya que el Museo de Amberes guarda una obra que reproduce el esquema compositivo que aquí Murillo empleó.
VIEJA HILANDO
Algunos especialistas dudan de la originalidad de este lienzo, considerando que se trata de una copia antigua de una obra realizada por Murillo en su etapa juvenil. Nos encontramos ante una figura en primer plano que dirige su mirada al espectador, recortada sobre un fondo neutro e iluminada por un potente foco de luz desde la izquierda, características definitorias del naturalismo tenebrista tomado deCaravaggio y Ribera. Las escenas populares serán una de las temáticas más interesantes en la producción de Murillo, mostrando la vida cotidiana de ancianas y niños como en Niños comiendo melón y uvas o lasGallegas en la ventana. El excelente dibujo, la pincelada apretada y las tonalidades oscuras son elementos identificativos de esta primera etapa.
VIRGEN DE LA SERVILLETA
Existen dos tradiciones recogidas por O´Neill en 1883 relacionadas con el título de esta obra, una de las más populares de Murillo. La primera de ellas hace referencia a que el pintor solía desayunar en el Convento de los Capuchinos tras oír misa. Un día, tras el cumplido desayuno, los frailes se apercibieron que faltaba una servilleta que días más tarde fue devuelta por Murillo tras pintar una Virgen con un Niño. La segunda versión narra como un devoto fraile solicitó al pintor una Virgen con Niño de pequeño formato para concentrase en sus oraciones. Murillo le respondió afirmativamente pero le solicitó la tela necesaria para su ejecución. El fraile le entregó la servilleta y el pintor la realizó sobre ella. Ambas leyendas son falsas ya que el soporte sobre el que está realizada la obra es lienzo, no tela de mantel. La Virgen con el Niño forma parte de la decoración del retablo mayor del Convento de los Capuchinos de Sevilla, ubicándose concretamente en la portezuela del tabernáculo. Murillo ha sabido captar a la perfección en ambos personajes la ternura y la afectividad. El Niño se inclina hacia el espectador, dirigiendo sus grandes ojos hacia nosotros, lo que motivó la popularidad del lienzo entre los sevillanos. La obra está realizada con una pincelada rápida y certera, rodando a ambos personajes de una sensación atmosférica que diluye sus contornos y crea un efecto de espiritualidad. Los vivos colores y la delicadeza de las carnaciones recuerdan a Rafael mientras que las atmósferas serán tomadas de Velázquez o Rubens, dos pintores importantes para Murillo tras su viaje a Madrid, sin dejar de lado a Tiziano y Van Dyck.
Los expertos piensan que esta obra podría haber formado parte de la decoración del altar que se levantó en la plaza de Santa María la Blanca con motivo de la reapertura de la iglesia en el año 1665. Sería propiedad de don Justino de Neve, el canónigo de la catedral sevillana promotor del encargo, y haría pareja con un Buen Pastor que hoy guarda la Colección Lane de Londres.
San Juanito dirige su mirada hacia el espectador con una seductora sonrisa, abrazando al Cordero mientras señala al Cielo con un dedo de la mano izquierda. La figura se sitúa al aire libre, ante un fondo de paisaje donde abundan las nubes, creando un juego de luces y sombras que recuerda la etapa tenebrista -véase la Magdalena penitente-. El estudio anatómico de la figura infantil está realizado perfectamente, consiguiendo una sensacional volumetría al igual que en el Cordero. La delicadez y actitud del pequeño preludian el estilo del siglo XVIII.
San Juanito dirige su mirada hacia el espectador con una seductora sonrisa, abrazando al Cordero mientras señala al Cielo con un dedo de la mano izquierda. La figura se sitúa al aire libre, ante un fondo de paisaje donde abundan las nubes, creando un juego de luces y sombras que recuerda la etapa tenebrista -véase la Magdalena penitente-. El estudio anatómico de la figura infantil está realizado perfectamente, consiguiendo una sensacional volumetría al igual que en el Cordero. La delicadez y actitud del pequeño preludian el estilo del siglo XVIII.
Niñas contando dinero
La fama de Murillo aumentaría gracias a las pinturas sobre temática cotidiana protagonizadas por niños, siendo muy originales en el contexto del Barroco europeo ya que gozan de una impronta personal. Los coleccionistas extranjeros -banqueros y mercaderes especialmente de origen flamenco- adquirieron directamente al artista un buen número de cuadros. Dentro de estas pinturas costumbristas infantiles conviene señalar las Muchachas contando dinero que aquí contemplamos, también denominadas Jóvenes fruteras ya que son dos adolescentes las protagonistas en el momento de contar las ganancias conseguidas con la venta de la fruta que tienen en el cesto, especialmente uvas. Las dos están embelesadas contando el dinero conseguido, resultando satisfechas con lo obtenido al surgir en sus rostros complacientes sonrisas. En el fondo apreciamos un paisaje con ruinas clásicas, bañada toda la escena por una luz otoñal que saca diferentes brillos en la fruta. El naturalismo de rostros, ropajes, canasto o uvas hace referencia a los primeros años del artista pero la luminosidad atmosférica y el colorismo sitúan la escena en torno a 1670.La obra fue adquirida por Maximiliano II de Baviera al comerciante Franz Joseph von Dufresne, apareciendo documentada en el castillo de Schleissheim en 1770.
Muchacha con flores
Si la mayoría de las escenas populares pintadas por Murillo están protagonizadas por niños -véase laInvitación al juego de pelota a pala o Tres muchachos- en algunas ocasiones también emplea como modelos a muchachas, como en esta ocasión, tratándose de una de las imágenes costumbristas más atractivas de la producción del sevillano. Angulo ha querido ver en esta imagen una alusión a lo efímero de la belleza y la juventud, que vendría subrayado por las rosas marchitas y deshojadas que aparecen en el manto de la joven. De esta manera, la "vanitas" barroca subyace en este lienzo, siguiendo Murillo la estela de las obras pintadas por Caravaggio.
La muchacha aparece al aire libre, dirigiendo su risueño gesto al espectador y sentada sobre un pequeño muro que tiene su continuación arquitectónica en el pilar que aparece a su espalda. Viste de manera sencilla pero elegante, coronando su cabeza con un gracioso tocado. La figura es iluminada por un potente foco de luz que resbala por las telas, realzando la volumetría del personaje y acentuando el contraste con el fondo en penumbra. Esa luz también realza el colorido alegre empleado, obteniendo como resultado una obra de gran atractivo que ha sido copiada en numerosas ocasiones.
La muchacha aparece al aire libre, dirigiendo su risueño gesto al espectador y sentada sobre un pequeño muro que tiene su continuación arquitectónica en el pilar que aparece a su espalda. Viste de manera sencilla pero elegante, coronando su cabeza con un gracioso tocado. La figura es iluminada por un potente foco de luz que resbala por las telas, realzando la volumetría del personaje y acentuando el contraste con el fondo en penumbra. Esa luz también realza el colorido alegre empleado, obteniendo como resultado una obra de gran atractivo que ha sido copiada en numerosas ocasiones.
FUENTE,,,,ARTEHISTTORIA
Murillo. Bartolomé Esteban Murillo
Bartolomé Esteban Murillo es quizá el pintor que mejor define el Barroco español. Nació en Sevilla, donde pasó la mayor parte de su vida, en 1617. La fecha exacta de su nacimiento nos es desconocida pero debió ser en los últimos días del año ya que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la iglesia de la Magdalena. La costumbre en la Edad Moderna era bautizar al neonato a los pocos días del nacimiento por lo que los especialistas se inclinan a pensar en esta posibilidad. Su padre era un cirujano barbero llamado Gaspar Esteban y su madre se llamaba María Pérez Murillo, siendo este último apellido materno el elegido por el artista para darse a conocer en el mundo artístico sevillano. Constituían una familia numerosa y el pequeño Bartolomé era el hijo número catorce. La situación económica de la familia era bastante aceptable y el futuro pintor se criaría sin estrecheces. Pero en cuestión de un año fallece el padre (1627) y la madre (1628) por lo que el joven Bartolomé pasará al cuidado de su hermana Ana, casada con un barbero cirujano de nombre Juan Agustín de Lagares. Las relaciones entre los cuñados serían muy buenas, tal y como atestigua que Murillo fuera designado albacea testamentario por su cuñado.No disponemos de más datos hasta que en 1633 firma un documento en el que declara su intención de emigrar al Nuevo Mundo. El viaje lo realizaría con su hermana María, su cuñado el doctor Gerónimo Díaz de Pavía y su primo Bartolomé Pérez. Pero el dicho viaje nunca se produciría y Murillo inicia su aprendizaje artístico con Juan del Castillo, en cuyo taller permanecerá cinco años. Palomino dice que Del Castillo era tío de Murillo aunque no podemos asegurarlo categóricamente; posiblemente existiera entre ambos algún parentesco y esto pesó a la hora de hacer la elección. Del Castillo no era un artista de primera fila pero sus trabajos eran respetados en el ambiente artístico sevillano y tenía un buen número de encargos, colaborandoAlonso Cano en el taller.Los primeros cuadros de Murillo están muy influidos por el estilo del maestro como se puede apreciar en la Virgen del Rosario con santo Domingo. El estilo de Cano apenas se puede apreciar en estas obras, posiblemente porque el granadino dedicaba más tiempo a la escultura.En 1645 Murillo recibe su primer encargo de importancia. Se trata de la serie de trece lienzos para el Claustro Chico del convento de San Francisco en Sevilla. En estas obras muestra una notable influencia de Van Dyck,Tiziano y Rubens, lo que hace pensar a algunos en un posible viaje a Madrid, apoyándose en los datos aportados por Palomino y Ceán Bermúdez. No existe base documental para apoyar esta teoría por lo que si realizó el viaje a la Corte quedó en el más absoluto anonimato.Este año de 1645 será de gran importancia para el artista porque se casa el 26 de febrero. La elegida se llamaba Beatriz Cabrera y Villalobos, joven sevillana de 22 años, vecina de la parroquia de la Magdalena donde se celebró el enlace. En los 18 años que duró el matrimonio tuvieron una amplia descendencia: un total de nueve hijos.El éxito alcanzado con la serie del Claustro Chico -al aportar un estilo más novedoso que los veteranos Herrera el Viejo oZurbarán- motivará el aumento del número de encargos. Por ello en 1646 ingresa en su taller un joven aprendiz llamado Manuel Campos al tiempo que debe buscar una casa más amplia para organizar un taller. Se traslada a la calle Corral del Rey donde sufrió la terrible epidemia de peste que asoló la zona de Andalucía -y en especial Sevilla- en 1649. La mitad de la población de la capital perdió la vida y entre los muertos debemos contar a los cuatro pequeños hijos del matrimonio Murillo.La crisis económica que vive la ciudad no impide que los encargos continúen a buen ritmo, siendo uno de los más importantes el enorme lienzo de la Inmaculada Concepción para la iglesia de los Franciscanos, llamada "La Grande" por su tamaño.En 1658 se traslada a Madrid donde es muy probable que conociese a Velázquez, quien le pondría en contacto con las colecciones reales donde tomaría contacto con la pintura flamenca y veneciana. Alonso Cano, Zurbarán y los artistas madrileños de esta generación también pudieron ser visitados por el sevillano pero no existen documentos que nos lo aseguren. A finales de 1658 Murillo está de nuevo en Sevilla, apareciendo como vecino de la parroquia de Santa Cruz donde permaneció hasta 1663 que se trasladaría a la de San Bartolomé.Los numerosos encargos que recibía le permitían disfrutar de una saneada economía, complementando estos ingresos con las rentas de sus propiedades urbanas en Sevilla y las de su mujer en el pueblo de Pilas. Tenía tres aprendices en el taller y una esclava que colaboraba en las tareas del hogar.El 11 de enero de 1660 funda una Academia de Dibujo en Sevilla, en colaboración conFrancisco de Herrera el Mozo. Los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento de esta escuela en la que los aprendices y los artistas se reunían para estudiar y dibujar del natural, por lo que se contrataron modelos. La presidencia de la Academia será abandonada por Murillo en 1663, siendo sustituido por Juan de Valdés Leal.Precisamente será en 1663 cuando Murillo quede viudo al fallecer su esposa como consecuencia del último parto. De los nueve hijos sólo sobrevivían en aquel momento cuatro: Francisca María, José, Gabriel y Gaspar. Gabriel partió para América en 1677 y los tres restantes siguieron la carrera religiosa, llegando Gaspar a ser canónigo de la catedral sevillana.El periodo más fecundo de Murillo se inicia en 1665 con el encargo de los lienzos para Santa María la Blanca -elSueño del Patricio y el Patricio relatando su sueño al papa Liberio- con lo que consiguió aumentar su fama y recibir un amplio número de encargos: las pinturas del retablo mayor y las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos de Sevilla y las pinturas de la Sala Capitular de la catedral sevillana.Ese mismo año de 1665 Murillo ingresa en la Cofradía de la Santa Caridad lo que le permitió realizar uno de sus trabajos más interesantes: la decoración del templo del Hospital de la Caridad de Sevilla, encargo realizado por don Miguel de Mañara, un gran amigo del artista. La fama alcanzada por Murillo se extenderá por todo el país, llegando a la corte madrileña donde, según cuenta Palomino, el propio rey Carlos II invitó a Murillo a asentarse en Madrid. El artista rechazó el ofrecimiento alegando razones de edad.En 1681 Murillo aparece documentado en su nueva residencia de la parroquia de Santa Cruz. Allí recibió el último encargo: las pinturas para el retablo de la iglesia del convento capuchino de Santa Catalina de Cádiz. Cuando trabajaba en esta encargo sufrió una caída al estar pintando las partes superiores del cuadro principal. A consecuencia de la caída, algunos meses más tarde, falleció el 3 de abril de 1682, de manera repentina ya que no llegó a acabar de dictar su testamento. En él pide que se le entierre en la parroquia de Santa Cruz y que se digan unas misas por su alma, nombrando como albaceas a su hijo Gaspar Esteban, don Justino de Neve y Pedro Núñez de Villavicencio. Los herederos de la pequeña fortuna acumulada serían sus hijos Gaspar y Gabriel.Según su primer biógrafo, Sandrart, en el entierro de Murillo hubo una gran concurrencia de público y el féretro fue portado por dos marqueses y cuatro caballeros. Siguiendo el testamento, fue enterrado en una capilla de la iglesia de Santa Cruz, templo que fue destruido por las tropas francesas en 1811. Una placa colocada en la plaza de Santa Cruz en 1858 señala el lugar aproximado donde reposan los restos del gran artista sevillano.Dos elementos clave en la obra de Murillo serán la luz y el color. En sus primeros trabajos emplea una luz uniforme, sin apenas recurrir a los contrastes. Este estilo cambia en la década de 1640 cuando trabaja en el claustro de San Francisco donde se aprecia un marcado acentotenebrista, muy influenciado por Zurbarán y Ribera. Esta estilo se mantendrá hasta 1655, momento en el que Murillo asimila la manera de trabajar de Herrera el Mozo, con sus transparencias y juegos de contraluces, tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela veneciana. Otra de las características de este nuevo estilo será el empleo de sutiles gradaciones lumínicas con las que consigue crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada del empleo de tonalidades transparentes y efectos luminosos resplandecientes. El empleo de una pincelada suelta y ligera define claramente esta etapa.Las obras de Murillo alcanzaron gran popularidad y durante el Romanticismo se hicieron numerosas copias, que fueron vendidas como auténticos "Murillos" a los extranjeros que visitaban España.
Murillo es uno de los grandes grandes de la historia del arte; se apartó del realismo exagerado de su época para captar la infancia, la alegría de los jóvenes pillos de la Sevilla Barroca, demostrando un dominio excelso en el tratamiento del color, en especial en su época vaporosa. Gran Post, querida amiga, de uno de los pintores a los que le tengo más aprecio. Un cordial saludo.
ResponderEliminarhola Paco, tanto tiempo,,, es que no he estado por aqui,,, estoy estudiando historia,,, y ademas no he tenido tiempo, pero ahora me dedicare un poco mas ,,,gracias por tu visita,,, y por tu excelente aporte,,, un fuerte abrazo
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